Ya desde pequeño tenia interés por cosas un poco más allá de las cosas de los niños de mi edad, desmontaba persianas, planchas, adoraba el fuego y fue gracias a mi padre que no quemé mi casa y gracias a mi madre que despertó en mí otras inquietudes.
Con pocos años ya llevaba broncas por liderar a primos y amigos a hacer cosas, igual, un poco arriesgadas para nuestra edad, pero a mí la bronca no me importaba, algo había que los niños de los que me rodeaban me seguían y me querían, eso me gustaba.
Los años, la madurez o la inmadurez me llevaron por caminos en los que, con poco esfuerzo pudiera sentirme bien. Caminos en los que el idioma de la calle me permitiera ser alguien. Alguien a quien se escucha, alguien al que se admira, alguien a quien seguir.
Siempre abanderando casi todo en lo que participaba pasé mi infancia y pubertad.
Más allá de otras cosas mi satisfacción, mi triunfo era conseguir que quien me rodeaba, sonriera, disfrutara, se sintiera vivo, válido y con ganas de hacer, hacer y hacer.
Para mi sustento de ocio ya desde bien pequeño me ganaba mis perrillas haciendo trabajitos como pintar la casa, la mía o de algún familiar, arreglar múltiples aparatos y buscando soluciones a múltiples y pequeños problemas caseros que, aplicándole simplemente lógica, muchos adultos no llegaban a resolver.
Así, desde formar parte de los empleados de una cafetería y ser el encargado de un Pub, hasta ser ayudante de cantería, repartidor de correos y muchas cosas más.
Una vez terminados mis estudios: Delineación, Especialista en Topografía, y múltiples cursos de diseño, llegaron los años de trabajar de verdad, en el que por casualidad o no, paso a liderar equipos, y mi principal objetivo, sigue siendo conseguir el despertar interés en las personas, para conseguir un fin común.
Es en este momento cuando aprovecho destrezas del pasado para dominar un mundo caníbal: la construcción.
Metido de lleno en ella me lanzo a una aventura de grandes dimensiones, un súper hospital, después de haber tonteado con pequeñas construcciones.
Ya, unos años después y dada mi vena aventurera, Camino de Santiago, parapente, pilotar un ultraligero, carreras de obstáculos habituales del crossfit, conozco el buceo y un nuevo mundo se pone delante de mi nariz, que no es pequeña por cierto, y allí sale el gen, el gen de la superación y de las cosas complicadas.
Me hago buzo profesional, que con sudor y dolor consigo superar.
El interés por las relaciones personales me lleva a interesarme por el turismo y me hago Técnico de Dinamización Turística, período en el que mi mente adquiere un nuevo punto de vista.
Ya más metido en el tú a tú, decido cursar Docencia para la Formación en el Empleo, donde ya desde un punto de vista adulto caminé entre textos, experiencias, problemas, soluciones y sobre todo, escuché, escuché y escuché, pero solo pregunté. Solo pregunté para crecer, solo pregunté lo que necesitaba y lo escuché todo, porque solo escuchar ya eliminaba muchas de las preguntas de mi lista.
Hoy, después de unos años probando distintas mieles, haciendo cosillas por aquí y por allí, se despierta en mí ese Hugo aventurero y apasionado con ganas de hablar de comunicar, de organizar ese partido del que siempre se habla que tenemos que jugar, pero que al final nadie pone día. Se despierta aquella pasión infantil de cuando era feliz porque conseguía hacer feliz, porque al apagado le salía luz, y al desapercibido hacia brillar como uno más.
Feliz por eliminar de la mente de quien que me rodea la frase,
“¿y yo que pinto aquí?»